Críticas

Cuatro Fantásticos: Humanos, Monstruos, Personas ¿aceptadas o marginadas?

Cuatro Fantásticos es una de esas películas de orígenes, aunque grupal en vez de individual. Como suele ser habitual, media película supone la forja del héroe, en este caso del grupo, y de los poderes adquiridos por el mismo. La otra media es esa parte en la que los poderes encuentran su finalidad, salvar nuestro mundo. Hasta aquí nada nuevo.

El tema es que hay una clara diferencia entre ambas mitades porque una tiene el sello del director y la otra el de Kinberg. Es en esa primera mitad donde no puedo dejar de ver mucho de lo que Trank es (o dicen que es). Siendo una peli de supergrupo, o incluso más que eso, de una suerte de familia, Trank centra el protagonismo claramente en uno de los personajes, Reed Richards, con un talento innato para la ciencia que muchos no saben ver. Eso puede ser una decisión creativa perfectamente válida, centrar el interés en quien, de algún modo, acabará siendo el líder del equipo. Lo flagrante es la absoluta falta de química entre los personajes. Parecen y se muestran como simples compañeros de trabajo. Da la sensación de que Trank tiene dificultades serias para transmitir la idea de amistad y sólo sabe construirla en base a su opuesto. Es decir, una amistad no es competir con tus compañeros, una amistad no es traición o una amistad no es abandonar a tus amigos cuando la cosa se pone fea. Pero de los buenos momentos sólo hay pequeñas trazas y casi siempre asociados a trabajar juntos en un proyecto. Tampoco parecen personajes particularmente apasionados con nada más allá del proyecto que los une, la máquina interdimensional que sirve para unir la trama. Los Cuatro Fantásticos parecen en realidad cuatro tipos introvertidos que van a lo suyo y han acabado juntos porque su talento era compatible.

Copyright Twentieth Century Fox

Esas carencias se notan especialmente en el personaje de Ben Grimm y su relación con Richards, que es la que inicia la película cuando ambos son niños. El resto del equipo, Richards, los hermanos Storm y Doom antes de volverse un villano, tienen un claro talento y eso es lo que les define. Grimm simplemente es amigo de Richards y es presuntamente bruto. Pero Trank no es capaz de bajar al terrenal mundo de la gente sin un intelecto privilegiado y dotarla de alguna virtud particular.

En Chronicle, la película que dio a conocer a Trank, ya se veían muchas de estas cuestiones. La diferencia es que, además de ser un proyecto mucho más personal y libre, conseguía que esos problemas fueran todo lo contrario, porque la película trataba justo de eso, de la incomprensión, la soledad y el talento mal canalizado.

Si Cuatro Fantásticos pretende hablar de gente dispar que acaba encontrando algo que les une, no consigue diferenciar especialmente a los personajes y explotar esos encontronazos, porque casi todos parecen medio autistas y así no hay roce que haga el cariño. Si lo que quiere es hablar de la amistad y la familia, está a años luz de transmitirlo. Faltaría eso que implican esos conceptos más allá del compromiso adquirido… se llaman sentimientos.

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Siendo sinceros, hace mucho tiempo que ‘Los 4 Fantásticos’ dejaron de ser algo novedoso en el terreno superheroico.
Rompieron moldes con su primera aparición, tratando de ser la versión desenfadada de la Liga de la Justicia, aquella alineación de dioses de cartón-piedra a los que no se podía imaginar haciendo algo mal. Por primera vez, los superhéroes no lo eran en absoluto, no llevaban trajes de batalla (la moda acabó dándoles unos), eran una familia disfuncional, la «pareja» estaba casada desde el principio, uno de ellos era un monstruo de piedra y todos ellos poseían poderes, más que dionisíacos, mutantes y transformadores. Eran la perfecta transmutación de algo fresco que el lector andaba buscando y pese a que siempre han ocupado un lugar de honor en el panteón Marvel, siempre han dado la sensación de seguir reinventándose constantemente para evitar ser desplazados.

‘Cuatro Fantásticos’ pretende ser otra vuelta de tuerca de la Primera Familia, pero una que, por circunstancias, se antoja increíblemente arriesgada: a saber, de cara externa, la proliferación de grupos como los Vengadores y los X-Men, que rápidamente han dejado al espectador satisfecho de grupos y con la duda de que pueden aportar otros nuevos, y de la cara interna, un estudio inclemente que los ve como una simple anexión monetaria frente a sus más populares mutantes. Una vez más, los cuatro son los patitos feos del panorama.

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Pero ante esa situación, Josh Trank (bastante valientemente, ya es hora de decirlo) ha decidido huir hacia adelante, y entregar una historia que, si bien se aleja bastante de lo conocido, una vez examinadas las bases merece más la pena de lo que se cree. Probablemente nunca se sabrá cuánto queda suyo en lo que se nota es un Frankenstein multiforme que era antes valiente y después se ha asustado de su potencial, pero algo pervive.

De entrada, los cuatro: Trank elige enfocarlos como si nunca nos hubieran contado su historia, como si miles de superhéroes que han llegado antes no les hubieran saqueado, y como si sus nombres, habilidades y universo fueran solo un peaje que pagar en algo completamente nuevo, cosa que no debería escandalizar a nadie si nos fijamos en lo caduco de sus fuentes.

Así, los cuatro pasan de ser astronautas de mediana edad explorando nuevas fronteras, a cuatro jóvenes que viven bajo la garra del descreimiento adulto, de gente que confía en su potencial pero se niega a compartirlo con ellos. Puede parecer una excusa para rejuvenecer al reparto, sí, pero no lo es tanto si pensamos que su posterior transformación en estas circunstancias es más terrible: no son dueños ni de su propia vida, no lo van a ser de sus extraordinarios poderes y probablemente al enemigo, Von Doom (villano de difícil adaptación que no obstante aquí adquiere cierta dignidad de cáracter más allá de «villano genérico sediento de poder»), tenga toda la razón con el discurso que espolea sus ansias de aventura: que la gente que vivía bajo una garra y no se rebeló acabó olvidada a los pies de la Historia.

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Tras el accidente, se configuran como mutantes con horribles deformidades, y poco hay de maravilloso: Trank acierta al no querer buscar la brillantez de sus hermanos mayores, y en su lugar teñir todo de una sensación de terror abismal, de no saber qué está pasando y haber sido «castigados» por jugar con fuerzas superiores. El grito de ayuda de Ben a un sufriente Reed cierra la que sin duda es la escena que lo cambia todo, pasando de ser adolescentes, a ser propiedades (y dañadas).

Entonces llegan los problemas, literal y figuradamente: a la historia no le interesa ser tu película estándar de superhéroes, pero a los ejecutivos sí. Es entonces cuando empieza a dejarse de lado el drama de unos jóvenes cuyos poderes los han apartado del mundo y todo se precipita a un enfrentamiento con el Dr. Muerte, que de puro precipitado amenaza con tirar todo a la basura.
Cuánto habríamos agradecido algunos preciados minutos en los que viéramos como Ben Grimm se ve obligado a ser un instrumento al servicio del Ejército totalmente privado de libertad y autoestima. O unos minutos que expusieran el contraste entre la frivolidad de Johnny y la curiosidad científica malsana de su hermana adoptiva Susan frente a sus poderes. O, quizá, y ya soñando demasiado, un buen tiempo en el que fuéramos testigos de la degeneración mental de Víctor, ahora momia metálica, monarca de un planeta alejado que le condenó y a la vez le dió la llave del poder. Minutos, relaciones, conexiones faltan, y por desgracia nunca llegan.

Pero más allá de esa frialdad que transmite la película, acentuada por la falta de humor, ésta funciona bastante bien cuando se ciñe a la construcción de la máquina y la ilusión que dicho proyecto produce en el protagonista y sus compañeros. Hasta cierto punto consigue transmitir la idea de lo que supone dedicar una vida a un proyecto personal y cómo puede unir el hecho de compartirlo. Luego se desinfla brutalmente en el tramo final, una vez que toca hablar de los superpoderes y generar un enfrentamiento prácticamente de la nada. Aunque sea la parte presuntamente entretenida, “la hora de las tortas” tiene una nula personalidad y se nota la mano de Kinberg, un guionista no especialmente virtuoso a la hora de cuidar tramas y personajes, despachados muchas veces por la vía rápida. Es la parte en la que colisionan la idea de Trank (la del proyecto común como origen de un grupo de amigos/familia) y la idea del estudio (el bien contra el mal y mucho espectáculo).

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Aún así, y con todo, los Cuatro llegan a plantarse, y expresar su independencia y dominio propio de su situación: irónico pensar que eso espeja al director y los productores.
Han vuelto a mutar según los tiempos, ahora son unos minusvalidos poderosos cuya lucha es la de ganarse su propia madurez, pero al final, se puede llegar a entrever a un grupo, quizá inseguro, pero decidido en su camino a lo Fantástico.

Ahora bien ¿cuánto se debe a la falta de empatía de Trank y cuánto a los retoques y cortes del estudio? Difícil saberlo.

Así, acabamos viendo que no hay un villano definido. La mitología y el desenlace apuntan al Dr. Doom, eso es obvio, pero es un villano construido bajo mínimos y totalmente desaprovechado. A Trank parece molarle más la idea del empresario que vampiriza el talento de de las personas para su propio beneficio y sin entender nada del proyecto en que trabajan. Un curioso paralelismo con lo sucedido tras las cámaras y que en ambos casos se resuelve con una peineta del los héroes/autores, que toman la iniciativa a espaldas de la empresa.

Como cine espectáculo es una decepción clamorosa y, desde luego, es una película irregular, fría y fallida. Pero no más de lo que lo fueron las dos anteriores que, aunque más centradas en un estándar y con un tempo milimétrico, resultaban convencionales a más no poder y llenas de un humor facilón, conservador y viejuno que acababa produciendo más vergüenza ajena que otra cosa. Tampoco es peor que cintas de superhéroes como X-Men Orígenes: Lobezno o The Amazing Spider-Man 2. No lo digo por establecer comparativas, sino por señalar que la idea de desastre sin precedentes es exagerada, hypeada como la típica cinta de superhéroes de calidad que cada dos o tres años se encumbra como la peli definitiva del dicho género.

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Curioso caso el de esta película. Aunque no sea lo habitual, de cuando en cuando se estrena una película cuyos trapos sucios se airean antes del estreno. Ya había un runrún en el aire cuando se supo que se volvió a rodar parte de la película porque el primer montaje no gustó nada a la Fox, que decidió tomar el control dejando de lado a Josh Trank (director y guionista inicial). Eso disgustó mucho a los fans, que apoyaban a Trank y entendieron la maniobra del estudio como un movimiento traicionero y conservador. Pero lo gordo vendría después. El desencuentro entre Trank y sus productores, estalló cuando el nombre del primero se descartó para la segunda película de la nueva trilogía de Star Wars, pese a que su fichaje ya se había oficializado con anterioridad. El problema, que uno de los productores involucrados en Cuatro Fantásticos y también en la nueva trilogía galáctica, Simon Kinberg, fichado para reescribir el final de la película, desaconsejó su contratación por el comportamiento errático y la falta de comunicación que hubo durante el rodaje de Cuatro Fantásticos. Al parecer Trank no es la persona más abierta del mundo y no supo adaptarse a una dinámica de gran estudio, constantemente controlado por sus productores. La etiqueta de director a vetar ya estaba colgada en su cuello

La historia tras la película se había impuesto a la contenida en el propio filme mucho antes del estreno. ¿Cuánto pesaba el culebrón hollywoodiense sobre el impacto de la película en crítica y público? ¿Hasta que punto puede uno desprejuiciarse en un caso tan crítico?

Tras todo esto, Fox se ha pegado un tortazo más con su franquicia maldita y Trank ha quedado marcado como director problemático e inmaduro. Es posible que sea así, pero no olvidemos que los estudios tienden también a reacciones basadas en el temor, por tanto, conservadoras. Hace que nos preguntemos cuánta de esa moda de contratar jóvenes talentos para grandes superproducciones responde a una apuesta por la cantera (y sus ideas) o a querer reclutar talento maleable y sin capacidad de dar un golpe en la mesa. Seguramente haya un poco de todo ello y ésta vez les haya estallado a todos en la cara.

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